Hay lugares estéticamente acogedores, calmos, y sin embargo, podemos descubrirnos inquietos. Una tenue aura de peligro alerta nuestra intuición. En la teoría polivagal, se denomina “neurocepción” a la evaluación constante y no consciente, realizada por nuestro sistema nervioso, de la seguridad o peligros potenciales. Una serie de señales pueden mantenernos en alerta, prefigurando nuestra disposición a luchar, huir o, en su defecto, constatar seguridad para conectar con el entorno y los demás.
Si eres autista, es usual tener un perfil sensorial atípico, con mayor o menor reactividad sensorial en comparación con el promedio poblacional. Cerebralmente, tenemos zonas y circuitos distintos en proporción y conexión. Cognitivamente, nuestro procesamiento monotrópico difiere en profundidad y atención al detalle del procesamiento en superficie, secuencial y típico. Afectivamente, procesamos las emociones de manera diferente, y la respuesta diverge de lo esperado socialmente. Estos aspectos explican procesos neuroceptivos diversos y, con ellos, sobrecargas sensoriales, colapsos, y formas de trauma sensorial y complejo ante entornos juzgados como “normales”.
Nuestro procesamiento sensorial, cognitivo y afectivo configura impedimentos que nos discapacitan en mayor o menor medida, según el perfil sensorial individual. Un impedimento se da por la carencia de una capacidad o habilidad valorada como positiva y necesaria socialmente. Robert Chapman, filósofo autista, nos recuerda lo siguiente: el impedimento es lo objetivo, lo apreciable, y sus consecuencias indeseables se adscriben a la discapacidad. Ya sea patologizada (modelo médico) o no (modelo social-relacional), la discapacidad depende de un componente normativo, negociado socialmente.
Por ejemplo, un autista con un perfil auditivo de mayor reactividad tendrá un impedimento en comparación con la tolerancia típica a determinados sonidos y volúmenes. En un centro comercial se encontrará discapacitado porque la norma (social) establecerá la cantidad y potencia de ruido pensando en el promedio. Un ajuste sería llevar audífonos canceladores de ruido, eliminando la situación de discapacidad. Lo que discapacita está en el entorno, en este caso. Pero también puede estarlo en la percepción directa de la persona respecto de sus impedimentos. Muchos seguirán sintiéndose discapacitados, incluso teniendo todos los ajustes razonables.
Los autistas somos valiosos independientemente de nuestro hacer, de los dictados productivistas de la sociedad. Valemos por nuestro ser. Sin embargo, muchos podemos hacer a nuestro modo, de manera diferente, si las condiciones sensoriales, cognitivas y afectivas están dadas. Esto lleva a Chapman a plantear el modelo social ecológico, recogiendo ideas de Judy Singer y Thomas Armstrong, principalmente, sobre la creación de nichos ecológicos. Así como en la biodiversidad las especies pueden adaptar el entorno a sus necesidades (pensemos en los castores), en la sociedad deberían modificarse ciertos entornos para los diversos neurotipos, tomando en cuenta lo necesario para una buena vida.
Muchos impedimentos autistas devienen talentos en entornos modificados adecuadamente. El monotropismo, la hipersistematización de la información, y la expresión de una mayor coherencia moral son manifestaciones autistas que enriquecen la colectividad, ahora y en el pasado. Un espacio adaptado a las necesidades de cada autista puede permitirle, en su estilo, crear y, a la larga, producir en sus términos.
Construir espacios ecológicos tiene como objetivo el bienestar del ser, no del hacer. Quienes presentan mayores necesidades de apoyo o discapacidades múltiples no deben ver reducida su dignidad ni cuidados ante la imposibilidad de realizar labores. Se trata de edificar espacios para habitar el tiempo de cada uno.
La sociedad neuronormativa estandariza, promedia, y uniformiza bajo la pretensión de “igualdad”. Un modelo social ecológico buscaría, más bien, la equidad. Alejándose del individualismo y sus quimeras del éxito, podrían pensarse los neurotipos balanceando el promedio de acuerdo a sus propias capacidades, como las especies de un ecosistema. Abejas, hormigas, castores… conforman sociedades donde la nuestra bien podría sumar a lo humano un modelo de modificación contextual. Integrando en lo humano espacios de seguridad para conectar y reconocernos debidamente, donde el impedimento sea visto como una variación natural, y se acomode el entorno para cada creatividad, para cada cuidado impostergable. Para vivir, no para sobrevivir.
Escrito por Ernesto Reaño, director y psicólogo de EITA