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Hace poco, EITA ha decidido relanzar con mucha fuerza la campaña para concientizar a la sociedad de la existencia de mujeres autistas y sus necesidades. Dicha campaña, apropiadamente “Proyecto Mujeres Autistas”, ya ha comenzado y está presentado su primer material importante. Y se trata del principio de algo muy importante, por más de una razón.

Investigaciones neurológicas más recientes nos muestran los problemas con los que nos encontramos al investigar el autismo en las mujeres. Para empezar, como una grave limitación, nos topamos

diferencias notorias en el diagnóstico, ante la falta de un criterio que pueda hacerse aplicable tanto para varones como para mujeres. Elementos como el juego simbólico, por ejemplo, resultan notablemente más difíciles de detectar a primera vista en las mujeres.

Así también lo menciona Radio Canada International: el problema es la falta de ajustes para medir el autismo en mujeres. Las pruebas necesarias para su diagnóstico siempre se han hecho pensando en los varones. Las consecuencias de ello pueden ir de nunca diagnosticar la condición a tener diagnósticos erróneos, los cuales podrían incluso dificultar aún más la vida de las mujeres que nacieron dentro del espectro autista.

Para darnos una idea del problema, La National Autistic Society (Reino Unido) presenta el testimonio de Rose Hughes, quien describe las dificultades de cómo es ser una mujer autista. Una vida acompañada de una forma de socializar que se percibe como hostil y desconcertante, la cual incluye ausencias de contacto visual, ansiedad, sobreestimulación sensorial y crisis emocionales.

A esto se le suma el problema que trae el ser mujer en una sociedad que, pese a radicales avances en los últimas décadas, todavía trae desventajas simbólicas y estructurales para las mujeres. Aquí entran a tallar elementos como la formación social que se otorga a las mujeres en cuanto a su interacción social (el retraimiento o la timidez, por ejemplo), lo cual lleva a que signos de atención para detectar el autismo se pasen por alto, ya que son conductas “deseables”, señal de una “correcta” formación femenina.

Todo lo anterior se relaciona com un elemento del que Rose Hughes da testimonio, un elemento muy recurrente cuando se trabaja con mujeres autistas: la necesidad de ocultar sus emociones, de “disimular” su condición autista con el fin de buscar facilitar su interacción social. En vez de resultar algo fructífero, se vuelve una experiencia bastante estresante. Y en esto, resulta imposible hablar de tal enmascaramiento sin tocar las ya mencionadas cuestiones de derechos de las mujeres o del género (es el caso de que los varones no tienen la necesidad de tal enmascaramiento).

Y tengamos en cuenta que lo descrito por Hughes ocurre en una sociedad considerada “desarrollada”. Solo imaginemos la situación en lugares más cercanos, sea Latinoamérica o el Perú. Hablamos de una genuina deuda pendiente con la humanidad.

Por todas estas razones, resultó un gran acierto de EITA el relanzar la campaña para prestar atención a las mujeres autistas y a sus necesidades más específicas. Es tiempo de abordar dicha problemática con todo lo que implique, hablamos de un acto inevitable de justicia social. Será imposible hablar de neurodiversidad sin resolver la deuda pendiente con las mujeres autistas de Lima y el Perú.

Mario Augusto Puga Valera

Activista autista

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