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La semana pasada publiqué un video en el que buscaba establecer distinciones profundos-pasiones,

entre intereses obsesiones-ideas intrusivas y rumiaciones en el autismo.

A modo de viñeta, puse el siguiente ejemplo personal. Hace casi dos meses hallé un poema, dejándolo abierto en una de las pestañas de mi navegador. Con el paso del tiempo, cerré todas las pestañas e hice, sin recordar el poema, una limpieza del historial. Hace poco más de una semana, recordé el poema; para ser más exactos, recordé la sensación del poema, de saberlo muy importante pero sin poder recordar ni el autor, ni el título, ni un solo verso. Evocaba solamente la nacionalidad inglesa del poeta, su época situada entre fines del siglo diecinueve y mediados del veinte, y su aspecto: usaba barba; además, la página web tenía un fondo turquesa.

Comprenderán mi desazón. Las pistas eran demasiado vagas y exiguas como para realizar alguna búsqueda exitosa. Pero no podía dejar de pensar en ello. La sola idea de dejarlo irresuelto, de aceptar la pérdida, de conformarme con no recuperarlo, me sobrepasaba. De nada hubieran valido consejos como “no te preocupes, ya volverá”, “olvídalo”. Estas amables sugerencias poco efecto pueden tener para la mente autista. ¿Olvidarlo? Imposible, como lo es dejar un cabo suelto, un enigma inacabado, una interrogante no resuelta. ¿No preocuparme? Ya era una de mis preocupaciones cotidianas.

Pedí a ChatGPT una lista de todos los poetas ingleses con barba entre fines del diecinueve y mediados del veinte. No eran pocos, como imaginarán. Debía revisar uno por uno, pues no tenía ya el registro.

Si bien mi deseo era obtener una respuesta pronta, no disponía del tiempo para hacerlo. Dividi la lista entre una cantidad de poetas diarios a pesquisar en busca del poema perdido.

¿Estaba obsesionado? No, se trataba de un vehemente deseo de saber. Sin embargo, esto se diferencia de la idea intrusiva, a la que se presta una atención irracional y recurrente, causando una grave perturbación y angustia. No era tanto angustia como una fuerte inquietud lo que experimentaba. Pero no ante una idea, sino ante un hecho: el no poder resolver la situación, el dejar algo importante inacabado.

Tenemos, entonces, una distinción en el autismo: nuestra mente, especializada en procesar detalles, buscar patrones y comprender a fondo los sistemas, tiene, además, una necesidad de cierre, de completar el esquema, de finalizar lo que empieza.

Cuando falta un fragmento de información, no podemos dejar de pensar en ello. Ya no solo por el dato en sí, sino por la necesidad personal de acabar la tarea, de cerrar la figura, de obtener la respuesta.

Esto no es un capricho, tampoco una “fijación”. Tiene la misma raíz que la pasión por el saber asociada a nuestros intereses profundos y especiales: en el funcionamiento de nuestra mente-cerebro, como hemos señalado. Tenemos, como autistas, que aceptar que nuestra mente funciona así, tanto para nuestro bien como en los momentos difíciles en los que debemos aceptar la eventual derrota.

No siempre podemos resolverlo todo; habrá cosas que no averiguaremos, datos irrecuperables, memorias perdidas, piezas inacabadas.

Y poder aceptarlo, distinto a resignarse, es aprender a vivir con ello. Comprender nuestra mente para poder apreciar nuestros talentos y convivir con lo indeseado, valorando quienes somos. Quizá tener un cuaderno de “enigmas por resolver” nos ayude a sistematizar y catalogar aquellos retos irresueltos. Una nueva lista para nosotros, amantes de organizar nuestros intereses.

En esta ocasión, hallé el poema gracias a la herramienta “Mi actividad” de Google. El poeta era John Donne, poeta inglés del siglo XVII. Efectivamente, tenía barba, y mi recuerdo lo situaba en otros siglos, pues lo había condensado con Ernest Hemingway. El poema en cuestión era la Meditación 17, la cual contiene el verso “no preguntes por quién dobla la campana”, el cual Hemingway recoge, pluralizándolo, como título de una novela: Por quién doblan las campanas.

Este poema nos habla de los lazos, de cómo todos y cada uno estamos íntimamente ligados en nuestro devenir, en lo cotidiano y en todo final: “La muerte de cualquiera a mí me disminuye, pues me hallo inmerso en la humanidad. quién dobla la campana. Dobla por ti”.

Por ello escribo, querido, querida autista. Por ti y por mí.

Escrito por Ernesto Reaño, director y psicólogo de EITA