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Imaginen este escenario. El sonido les afecta más de la cuenta, tienen dificultades para prestar atención, no les resulta fácil comprender cómo se sientan los demás y también se les dificulta expresarse verbalmente. Imaginen que, todos los días, necesitan ingresar en un ámbito donde solamente quienes pueden leer emociones efectivamente, quienes pueden expresarse verbalmente y, mucho más todavía, quienes conocen los poco amigables códigos verbales de interacción y las emociones clave para coexistir pueden tener éxito. Y a eso añadan que tal ámbito resulta obligatorio durante prácticamente todos los días de su vida, y fallar solo una vez podría tener consecuencias gravísimas, incluso irremediables.

Pues bien, eso es lo que tienen que vivir las personas autistas y Asperger cuando se ven obligadas a emplear el transporte urbano, máximo ejemplo de la disfuncionalidad rampante en la ciudad de Lima. Un entorno completamente desordenado, violento, cruel con el diferente o quien desconoce cómo funciona, en que las propias reglas internas son optativas (un ejemplo clarísimo consiste en los universitarios que exigen el respeto de su “medio pasaje”), en resumen, una máquina generadora de estrés crónico. Si ya es un escenario escalofriante para los neurotípicos, quienes, por el diseño de nuestra mente, estamos en desventaja inherente frente a dicho sistema perverso nos encontramos en, literalmente, un infierno en la Tierra.

Y tal situación no es solo del transporte. Aunque allí se manifiesta de la monstruosa forma antes mencionada, también encontramos una situación parecida en diversas formas en acceso a la salud, el empleo, la atención a usuarios y otros lugares. Como sucede con el transporte, lo que afecta horriblemente a los neurotípicos nos afecta tres o cuatro veces más. En suma, Lima nos presenta una situación que va de lo insoportable a lo genuinamente cruel.

Cabe preguntarse: ¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo el pueblo limeño seguirá acostumbrado a la violencia y al desprecio de su dignidad como asuntos del día a día? Y no hay excusa más perversa que usar la pobreza para justificar el estado actual de las cosas. Una ciudad que pretende ser algo más que un tugurio necesita incluir a los “anormales” o quienes tienen discapacidades o condiciones diferentes. Y ojo, tal inclusión social también compete a los privados. Volver a Lima una ciudad con un mínimo de dignidad, algo que tiene que ir de la mano con la inclusión social, requiere de un esfuerzo total, no solo de unos cuantos actos aislados.

Se acercan las elecciones municipales de este año. Y, una vez más, se ha vuelto un espectáculo circense por ver quién insulta más nuestra inteligencia mientras se busca saber quién tiene el menor número de trapos sucios. Sí, seguimos en una situación del “mal menor”. Como era de esperarse, lamentablemente, las personas autistas y Asperger tampco parecemos existir para dichas candidaturas, así como tampoco parece existir una idea clara de cómo resolver la exclusión social de quienes somos diferentes y quienes necesitamos apoyos no solo en nuestros hogares sino también en muchas otras áreas de la vida social.

Quizá solamente cuando tengamos liderazgos provenientes de las personas Asperger o autistas sí tendremos un genuino empuje al cambio social. Con el pasar del tiempo, esa se vuelve más y más la única salida para los problemas que vivimos. Y de ocurrir, también beneficiará a los neurotípicos a lo grande.

Mario Augusto Puga Valera

Activista autista