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No es agradable recordar la espeluznante anomia en que vivimos en el Perú. Más todavía, cuando la tomamos en cuenta debido a horripilantes crímenes o a sucesos definitivamente trágicos. Mucho menos cuando dichos sucesos se relacionan con la incompetencia y disfuncionalidad de autoridades y quienes velan por que se cumplan las reglas de coexistencia.

Si ya es difícil aceptar tal realidad para quienes nacieron “normales”, ya es posible darse una idea de cómo sentimos eso quienes somos diferentes de mente, quienes necesitamos de apoyos para muchas operaciones cotidianas. El conocer la realidad de la anomia nos lleva a vivir en un estado de alerta permanente. Siempre hemos de suponer que algo nos podría pasar, que el peligro está a la vuelta de la esquina, etc. Y no es fácil vivir de tal manera para quienes no resulta más difícil sobrellevar la cotidianeidad.

Lo triste es que no parece haber alternativas coherentes a vivir en alerta permanente. Más todavía, cuando parece que toda la sociedad, en todos sus estratos, ha normalizado la violencia y aceptado que vivir sin tranquilidad y con sospechas de todo el mundo es parte de la vida y un destino inexorable.

Ante la disfuncionalidad no solo de las instituciones sino de la sociedad, ¿qué ayuda concreta tenemos? Sólo contamos con la solidaridad y buena fe de neurotipicos que conocemos y que son nuestros aliados, tanto a nivel personal como institucional. Aunque tiene mucho valor, con esto no basta para un vida plena y sin temores.

A veces, da la impresión de que una vida tranquila y sin terror es sencillamente imposible. Queda pendiente corroborar o descarta la mencionada impresión.

Mario Augusto Puga Valera
Activista autista