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La rumiación es un fenómeno psicológico en el que la persona se centra en pensamientos negativos o preocupantes dentro de un ciclo repetitivo del cual le resulta difícil evadirse. Es un tipo de pensamiento en bucle.
No debe confundirse con los pensamientos intrusivos propios de las condiciones obsesivas: estos irrumpen en la mente sin una razón aparente, causando malestar, y tienden a ser eliminados mediante algún tipo de ritual o fórmula. Tampoco debemos asociarla con los pensamientos vinculados a intereses profundos, los cuales pueden ser difíciles de detener, pero resultan placenteros. La rumiación, en cambio, produce un hondo malestar psíquico.

Con frecuencia, los autistas sufrimos rumiaciones. Aquello que compone nuestros particulares talentos—el fino procesamiento en detalles, la búsqueda de patrones, la capacidad para sistematizar información y el vehemente deseo de perfección—es, por desgracia, también el origen de rumias implacables. Quizá hemos olvidado de dónde proviene este término: los animales rumiantes digieren los alimentos en dos tiempos; primero los tragan y luego los regurgitan para masticarlos por segunda vez. Es una imagen esclarecedora del fenómeno cuando la tomamos en cuenta.

Desde el modelo HIPPEA (High and Inflexible Precision of Prediction Errors in Autism), basado en la teoría del cerebro predictivo, se explica cómo los autistas tenemos una “alta precisión ante los errores de predicción”. Todos solemos anticipar una serie de acciones o eventos futuros. Cuando hay una discrepancia entre lo predicho y lo ocurrido, la información se almacena, se actualiza la predicción y se toma una decisión diferente. Nosotros, sin embargo, nos quedamos atrapados en el error: ¿cómo es posible que esto haya ocurrido? ¿Qué falló? Cada detalle debe ser revisado, una y otra vez, incesantemente. No podemos hallar la paz hasta encontrar una respuesta satisfactoria.

No solo los errores o lo inexplicable nos atormentan. Tenemos un don particular para los recuerdos en general, y, entre ellos, los negativos en particular: destacamos los detalles, sistematizamos diferencias y semejanzas entre situaciones funestas. Dada la escasa amabilidad general hacia la diferencia, solemos tener la memoria henchida de pesares. No vivimos una vida equilibrada entre buenos y malos momentos; el fiel de nuestra balanza se inclina decisivamente hacia el cúmulo impuesto de cotidianas perfidias. Así, acumulamos una gran cantidad de decepciones y dolores, la mayoría irresueltos, que rememoramos una y otra vez.

El ansia de perfección deja de ser eventualmente un ideal, un anhelo que impulsa nuevos esfuerzos y mejores resultados, para volverse un severo juez del fracaso de toda excelencia final. Todo es un pálido reflejo del éxito que se tiene en mente: el acierto se percibe casi como una derrota, el error se convierte en la sentencia irrevocable de la propia inutilidad. La acusación, la denigración, la proclamación de la culpa del desastre, se repiten y se martillan incesantemente entre las sienes.

Existen muchas técnicas propuestas desde diversos enfoques psicoterapéuticos para sobrellevar y superar la rumiación: la escritura terapéutica, el diario de pensamientos con enfoque compasivo, el mindfulness adaptado, las estrategias TIP adaptadas, algunas herramientas de la terapia cognitivo-conductual (cuando se adapta la concepción del tipo de pensamiento validando la forma de pensar autista), los pensamientos o frases alternativas, las técnicas sensoriales, la técnica del grounding, entre otras. No hay una fórmula canónica, y en la sesión terapéutica se tendrá que trabajar de modo cooperativo para encontrar, construir y consolidar la mejor y más afirmativa estrategia que funcione para quien las padece.

No obstante, nada de ello tendrá éxito si no consideramos un factor existencial. Esta dimensión suele ser olvidada en la mayoría de modelos terapéuticos aplicados al autismo. ¿Cuál es nuestro lugar de enunciación? ¿Cómo nos situamos dentro de la existencia? ¿Cuáles son nuestros motivos primeros, nuestras diarias perplejidades, nuestras causas y fines últimos? Porque la rumiación—esa regurgitación de recuerdos, preocupaciones, invectivas, anatemas; esa masticación descontrolada—no es sino expresión de la amargura, la ansiedad y la más completa desesperanza de quien no puede ya (o nunca pudo) sostenerse a sí mismo.

Poco podrá emprenderse si no logramos rescatar ese ápice de esperanza en el valor de la propia vida, en la certeza de merecer un día límpido. No se trata necesariamente de querer estar bien: con el mero deseo de querer estar bien ya hemos recorrido un amplio trecho. Una y tantas veces se rumia, y una y tantas veces una terquedad vital habrá de oponerse, apoyándose en las técnicas que funcionen, pero, sobre todo, en una confianza renovada en uno mismo, para uno mismo.
Estás aquí y eres valioso. Eso basta para que, incluso tocando fondo, todo comience nuevamente hoy.


Artículo original escrito por Ernesto Reaño, director de EITA. Se puede encontrar aquí: https://ernestoreano.pe/masticando-el-pensamiento-rumiacion-y-autismo/