Hace unas semanas reflexionaba sobre el epíteto de «inflexibles» que habitualmente nos endilgan. En aquel texto llegábamos a la probable conclusión de que nuestra necesidad de constancia e invariabilidad está vinculada a nuestro procesamiento monotrópico. Realizar una tarea en hiperfoco, con una visión tipo túnel a través de un canal sensorial exclusivo, requiere tranquilidad y sosiego, la prevención de posibles interrupciones y el gobierno del tiempo mediante horarios y rutinas.
A esto debemos añadir nuestro procesamiento, que privilegia los detalles sobre la imagen completa, la búsqueda incesante de patrones y las reglas que rigen cada sistema analizado. Sea un conjunto de guijarros, dinosaurios o reglas sociales, nos preguntamos: ¿cuáles son las similitudes y las diferencias? ¿Cuál es la regla que todo lo une y cómo se configuran las excepciones?
No ensayar nuevas rutas hacia un objetivo, mantenernos en procesos ya conocidos, anclarnos hasta comprender o terminar una tarea o un fragmento de ella, pone de manifiesto nuestra radical diferencia en cuanto a la «flexibilidad cognitiva» esperada en la norma neurocognitiva social.
La teoría del cerebro predictivo postula que el cerebro actúa principalmente como un mecanismo de predicción. Desde la tipicidad, esta teoría propone que el cerebro opera bajo una «predicción activa», generando continuamente múltiples predicciones, desde lo sensorial hasta lo cognitivo, tratando de anticipar eventos futuros. Asimismo, cuando ocurre un «error de predicción» (la discrepancia entre lo que se predice y lo que realmente ocurre), el cerebro utiliza esta información para actualizar sus modelos internos y reducir futuras discrepancias. En todo momento, el cerebro busca ahorrar recursos: si las predicciones son correctas, deja de procesar todos los detalles en profundidad, ahorrando así energía y recursos cognitivos.
Podemos observar las diferencias con nuestro cerebro autista y su forma de predecir (o no hacerlo). Es importante recordar que nuestra percepción y procesamiento se enfocan más en los detalles que en el contexto, en las partes antes que el todo, en áreas de interés antes que en la imagen completa.
El modelo HIPPEA (High and Inflexible Precision of Prediction Errors in Autism) es una teoría que busca explicar ciertas características del autismo a través del procesamiento predictivo. Según este modelo, nosotros asignamos una «alta precisión a los errores de predicción». Es decir, cuando se presenta una discrepancia entre lo esperado y lo ocurrido, le damos una relevancia desproporcionada. La persona neurotípica, en cambio, no presta demasiada atención al error predictivo y actualiza sus predicciones basándose en los nuevos datos para tomar una decisión. Nuestro procesamiento y sensibilidad nos llevan a detenernos en la discrepancia, en lo inesperado, tratando de entender lo ocurrido. No buscamos actualizar nuestra predicción; nos detenemos en la expectativa previa y en dilucidar el cambio.
Como señala un estudio, esto puede llevarnos a una sobrecarga de información, que nos lleva a evadir o dejar la tarea y procrastinar, o bien a quedarnos hiperfocalizados en una actividad como forma de manejar la incertidumbre ocasionada.
Por ejemplo, imaginemos que un autista entra a una sala de lectura esperando una gran tranquilidad para concentrarse en un libro específico. Al llegar, nota un leve sonido de estática. Su vecino, quien es neurotípico, piensa al oírlo: «quizá alguien en la habitación contigua dejó una radio encendida», no le da mayor relevancia y se pone a leer. El autista, en cambio, analiza con precisión dicho sonido y su procedencia, inspecciona visualmente el entorno tratando de encontrar un aparato de radio, se dice a sí mismo que si alguien hubiese dejado una radio encendida en la otra habitación, tendría que estar a un volumen inusualmente alto. Nota los paneles de corcho en el techo y descubre que la sala está insonorizada, lo cual redobla sus inquietudes por ese ruido que no debería estar allí, etc. Probablemente no llegue a leer lo que tenía propuesto.
Una precisión tal en los errores de predicción puede ser beneficiosa en tareas que requieran indagar exhaustivamente hasta comprender y describir una situación anómala. Sin embargo, presenta desventajas cuando se trata de ahorrar recursos cognitivos, discernir entre información relevante e irrelevante, lidiar con entornos cambiantes y la incertidumbre, y tomar nuevas decisiones.
Hay un punto en el que no jerarquizamos la información y toda parece pertinente, sobre todo si se aleja de nuestras expectativas y predicciones. Esto ocurre porque percibimos que la estabilidad y certeza necesarias están amenazadas, y es mejor detenernos hasta comprender a cabalidad lo ocurrido, ya que la incertidumbre se apodera de nuestro devenir.
En el artículo anterior mencionaba que los autistas tenemos una suerte de «nostalgia del Absoluto», como si estuviéramos desterrados de un Paraíso perdido donde existía una gramática de las cosas y de los eventos, encontrando la concordancia y conjugación de Todo.
Es esencial poder calibrar en su justa medida cada error: los neurotípicos suelen perseverar en ellos porque no les dan la relevancia necesaria, mientras que nosotros nos estancamos en ellos por atribuirles una trascendencia que acaso no siempre tienen. Aun así, hay constantes que siempre podemos esperar. Aprender a controlar lo que podemos controlar se asemeja a aquella sentencia latina: post nubila phoebus: «después de las nubes, el sol».