Hace pocos días, el diario La Vanguardia dio a conocer una vergonzante noticia: familias argentinas que festejaban la exclusión de un chico Asperger. Al leer la noticia, se ve claramente un desprecio por el diferente, el “alivio” que provocaba el mencionado retorno a la normalidad, los agradecimientos a Dios y, algo muy saltante, la idea de poner el bienestar mayoritario (35 jóvenes neurotípicos) por encima de las necesidades del joven Asperger. Cabe destacar que tal celebración vino después de presiones para expulsar al niño mediante boicoteos a la asistencia a clases (se impedía a los chicos entrar a las clases mientras el neurodivergente siguiera presente).
Este caso debería llevarnos a reflexionar mucho sobre las circunstancias que los individuos autistas y Asperger viven en Latinoamérica. Cabe decir, circunstancias bastante desfavorables y peligrosas. Me gustaría hablar un poco de estas.
Primero, el desprecio a las personas neurodiversas no es una fantasía o algo exagerado para llevar a la lástima. Es una cruel realidad que se experimenta en muchos centros educativos (ver el caso del colegio Trener contra Ermesto Reaño). Todavía se nos ve como un elemento que estorba, que impide a los demás avanzar. Nuestras necesidades no se toman como elemento “normal” de las necesidades educativas.
Este desprecio quedó bien reflejado en una de las frases de WhatsApp recogidas en el artículo, gracias a la tía del joven afectado: “Era hora de que se hagan valer los derechos del niño para 35 y no para uno solo! (sic)”. El individuo neurotípico, de por sí, tiene mucho más valor que el individuo Asperger; al primero, se le deben brindar los beneficios educativos; al segundo, se lo ha de echar a su suerte, no vaya a ser que perjudique a los individuos “normales”. De este modo, en la práctica, se lo relegó a humano de segund categoría.
Además, tal situación se permitió debido a una situación de violencia estructural contra el “diferente” o el “anormal” (en el fondo, dirigida al joven, no al plantel). El boicoteo a la asistencia a clases fue clara obra de las familias, las mismas que celebraron su éxito. Y tal medida se debió a la aprobación por parte de quienes dirigen el centro educativo. ¿Qué impidió a las familias aceptar a aquel joven Asperger? Pues una socialización basada en que los deseos de las mayorías, por definición, han de aplastar las necesidades de las minorías, las cuales deben siempre subordinarse a las necesidades o caprichos de las primeras. Bajo esta mentalidad aprendida, probablemente de forma generacional, se concluyó que el perjuicio de un individuo con necesidades especiales pesa menos que el normal desarrollo de clases para los “normales”. Se trata, entonces, de una situación a pequeña escala de clara violencia basada en el autoritarismo y el desprecio a las necesidades de los excluídos, elemento bastante común en Latinoamérica.
Por último, cabe mencionar las “gracias a Dios” por parte de las familias al ver que su acto de violencia contra el chico, sin mencionar que hablamos de un colegio religioso. No es secreto que muchísimos actos de inmoralidad se han visto escudados en las creencias religiosas (tampoco lo es que muchísimas personas religiosas apoyan a las personas neurodivergentes, tanto individual como institucionalmente). Difícil saber si se trata de mera disonancia cognitiva o si hay algo peor en medio de esto, llama la atención que miembros de una religión cuyo líder predicaba “amaos los unos a los otros como yo os he amado” considere tal acto de odio agradable e incluso providencial.
Hay momentos en que la neurodiversidad parece imposible en las desfavorables circunstancias de Latinoamérica. Sin duda, el suceso mencionado por La Vanguardia podría desanimar a quienes buscamos la plena inclusión social de individuos neurodivergentes. Personalmente, no culpo a quienes se desaniman y llegan a pensar que nuestros esfuerzos son en vano. No obstante, hay que seguir insistiendo en luchar por tal inclusión social; si no para la generación actual, por lo menos para la siguiente. Para que trágicos incidentes como el relatado sean solo parte de un pasado vergonzante.
Mario Augusto Puga Valera
Activista autista