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La semana pasada criticábamos los estudios de prevalencia de los centros de control y prevención de Estados Unidos que otorgan, para el autismo, una cifra de 1 en 54 en 2020.

Bajo esta creencia, no es raro ver que estos padres siguen los argumentos de conocidos charlatanes, los “falsos profetas del autismo” como les llamó el Dr. Paul Offit: los de la dieta libre de gluten y caseína, los de la conspiración de las vacunas, los de la quelación para liberar los metales pesados (sic) causantes del autismo, etc.

Repetiremos lo señalado en columnas anteriores: el autismo no es una enfermedad, es una condición. “Condición” proviene del latín “condicio”: ‘estipulación o circunstancia esencial para que algo suceda’, ‘estado, calidad, manera de ser (de algo o de alguien)’, tal como nos ilustra el diccionario etimológico de Corominas y Pascual.

Es, entonces, una condición del neurodesarrollo. Por un lado, el cerebro de la persona autista está “cableado” de una manera diferente. Por otro, el origen del autismo es genético y se encuentra distribuido en toda la población humana. Además, los genes del autismo, aquellos que tienen que ver con su gran capacidad de hiperfocalización y pensamiento sistematico, están asociados con los genes que presiden, en el humano, la creatividad y el talento.