Mucha expectativa causó el anuncio de la serie de Netflix “Atypical”, la cual narra la historia de Sam, un chico autista de 18 años que podríamos considerar dentro de la órbita de lo que llamamos “Asperger”.
Luego de ver la serie, encontramos un grado de satisfacción alto en el mundo neurotípico (padres, cuidadores, terapeutas, etc) y las críticas han sido muy favorables. Cosa distinta ocurre desde la orilla de las personas autistas quienes acusan a la serie, básicamente, de mostrar un personaje lleno de estereotipos y de no utilizar actores autistas: uno de los mayores críticos ha sido el actor autista Mickey Rowe, conocido por ser la primera persona con esta condición en interpretar el papel estelar de Christopher Boone en la adaptación teatral del “Curioso indidente del perro a medianoche.
Debo confesar que me gustó mucho esta primera temporada de la serie y espero con ansias la segunda. Pero también entiendo el punto de las críticas. Si bien es cierto el personaje de Sam puede parecer estereotipado y sacado de un manual diagnóstico (usa audífonos aislantes para el ruido, tiene rasgos obsesivos, pequeños rituales, es excesivamente literal, etc.) tiene, al mismo tiempo, un buen trabajo en cuanto a su manera de ser y personalidad. Estimo que los productores de la serie han tratado de presentar un personaje Asperger que cualquiera pueda reconocer e identificar. Recordemos, parafraseando a Marc Segard, que cuando uno conoce a una persona Asperger conoce a “una” persona Asperger, es decir, si bien tenemos una suerte de “paraguas” donde los agrupamos, cada uno es diferente en su historia de vida, personalidad, temperamento, intereses, sueños… es lo que solemos olvidar: la individualidad de la persona Asperger. Como si todos los neurotípicos fuesen iguales.
Así las cosas, Sam no va a convencer, necesariamente, a un espectador Asperger porque podrá decir “yo no soy como él” y tiene razón. Pero es la primera vez que se lleva a los medios a través de una serie, de manera exclusiva, la temática del autismo, destacando ambientes familiares, escolares, amicales, de pareja, retratándolos con sobriedad dentro de lo que cabe en la ficción. Recordemos que para que una historia sea interesante, para que nos llame la atención, debe de haber elementos negativos en la trama que busquen su resolución, allí el atractivo.
Tolstoi, al inicio de Ana Karenina decía “Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada.” Sabemos, quienes defendemos la neurodiversidad, que el autismo no es una tragedia pero suele ser vivido así, al menos en un comienzo, luego, hasta no haber elaborado un duelo. Muchas veces está la sombra de una “normalización” que no se alcanzará, nublando y causando desdicha entre los familiares de la persona autista. Creo que el mérito de esta serie es acercarnos, de manera sencilla (quizá esquemática) a la reflexión sobre la vida cotidiana de estas familias, sus luchas, sus tristezas, sus dichas y cómo, dentro de esos motivos especiales para sentirse desdichados, pueden encontrar, también, la clave para no saberse marginados al observar cómo ese hijo autista -Sam en este caso- va logrando autonomía y determinación como sólo él sabe y puede hacerlo.
Ernesto Reaño